miércoles, 26 de septiembre de 2012

Poltergeist-Capitulo 5-Amando en silencio.



Cuando salí, todo brillaba a mi alrededor, me alegro aun más el hecho de que no haya niebla.
Empecé a caminar, fui por el camino que daba a la plaza, era un largo recorrido pero valía la pena y mas en un día soleado como este.
Note algo curioso, mi sombra estaba frente a mi, (pegada al piso) de un tono grisáceo, como si desapareciera.
Me parecía extraño porque nunca mi sombra estaba delante mío, siempre me seguía como perro faldero al que se le regala una caricia, me daba la sensación de que esta vez, yo la seguía a ella.
No se porque, pero no podía aguantar ver mi sombra, me daba nauseas y una pizca de nerviosismo, de miedo, como si esa sombra no fuera de mi propiedad.
Solo la veía por mi forma de caminar, no se si era peculiar, pero no veía a nadie mas caminando como yo.
Caminaba con la cabeza gacha, como si algún remordimiento me triturara la cabeza, siempre que caminaba con algún conocido tenían la costumbre de preguntarme “Te pasa algo?”
Esa pregunta me hartaba, y para no parecer grosero contestaba con un firme NO, seguido de un “Gracias por preguntar” algo tímido.
Yo caminaba así para no ver a las personas que me rodeaban, no tenía el mínimo interés de ver sus rostros y estoy seguro de que ellos tampoco.
Tuve que subir la vista y la cabeza porque ya no aguantaba un segundo mas ver el contorno gris de mi cuerpo y no me arrepiento, si no lo hubiera hecho no habría visto a Lizbeth, mi amor de toda la vida, la razón por que mi corazón latía y dolía, ella era mi corazón, el todo reducido en una persona, una persona que lo es todo, un ángel, lamentablemente, un amor distante,  lejano, imposible, deseado pero inasequible.
Estaba sentada en una parada de autobús, tan pacifica que parecía muerta, que dormitaba como Blancanieves, poseía unos rasgos fisonómicos tan delicados que era imposible no detenerse a mirarla aunque sea por un segundo, pálida, ni en demasía ni en escasez, la medida justa.
En sus hombros reposaban sus rizos castaños como jirones de chocolate, pero a la vez dorados, como cabellos de ángel, si me dijeran que describiera a uno, seria igual a ella en todo, cada rincón, cada detalle, simplemente ella.
Éramos amigos, nos conocimos ya de jardín de infantes hasta secundaria, un lapso de tiempo en donde no hice nada para agradarle en otro sentido, igual, no hubiese podido ya que en ese momento éramos totalmente diferentes, ella era muy culta, discreta, seria…y yo, el bufón del curso, se podría decir incluso, de la escuela.
Pero ahora que había cambiado y era como ella, todo podría cambiar.
Tome aun más valor que el que necesite para salir de mi hogar y fui hacia donde ella se encontraba:
-Hola, te acuerdas de mi?-
-Oh, pero si eres  Sebástian! Como no recordarte, en muchas ocasiones me has hecho llorar de risa.-
 Respondió mostrándome sus  perfectos y brillantes dientes formando con ellos una dulce sonrisa.
-Pero ya he cambiado, lo juro!- La interrumpí precipitadamente, si pudiera haberme golpeado en ese momento sin parecer loco, lo habría hecho con gusto.
Rió de nuevo y comento:
-Me alegro que te hayas dado cuenta de tu comportamiento, ahora si me disculpas, ahí viene mi autobús, hablaremos en otra ocasión, adiós.- Beso mi mejilla y partió hacia quien sabe donde.
Seguí observándola hasta que el autobús se perdió en el horizonte de la ciudad, me enoje conmigo mismo al dejarla ir hasta que vi que había olvidado un libro, me alegre al ver que era “Demian”, de Hermane Hesse, eso era un punto a mi favor, me encantaba aquel libro, como tantos otros de el.
Abrí el libro por la contratapa (tenia la costumbre de hacerlo de ese modo) y para mi asombro y felicidad, dentro de el estaban los datos de Lizbeth, su nombre y apellido, teléfono y dirección, supongo que era por si una cosa como esta sucedía, veo que realmente tenia un apego con sus libros.
Con sus datos bajo mi posesión y una excusa para verla, solo tenia que tomar el valor y llamarla, o quizá  ir a su casa, aunque dudo tener lo que se necesita  para hacer lo ultimo.
Con toda la felicidad ganada hasta entonces, volví a mi hogar.

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